Hombre


¿Eres cientos de vidas, o una vida?

¿Una sola infinita y dolorida?

¿Eres dueño del mundo en que transitas

o el mundo es una gruta donde habitas?

¿Andas entre flores y el paisaje

sin poner el perfume y el celaje?

¿Creaste una deidad omnipotente

para que manejara tu presente

y tu pasado y lo que nunca ha sido,

lo muerto, lo vital, lo presentido?

Cruzas frente al espejo de tu espejo

y no eres el reflejo de un reflejo.

Manejas tardes y también mañanas

y ríos y amapolas y ventanas

y lágrimas y sombras y canciones

y juncos y fatigas y emociones

y guerra y paz y prados y ciudades

y juventud y ancianidad y edades

y libros y banderas y armonías

y das luna a la noche y sol al día.

Mides los mundos que tú hiciste mundos

con teoremas exactos y profundos.

Trabajando en tu nada y en tu todo

pintas blanca la nieve y negro el lodo.

Prescribes lo moral y abres caminos

y ponderas valores y destinos.

Juzgas para esta vida y otra vida.

Ésta fugaz y la de allá dormida,

sobre un tiempo sin tiempo —fuego o nube—

y dices que el mal rueda y el bien sube.

Corres como un gigante desolado

con fuerzas que tú mismo has convocado

y de pronto, cortando tu carrera,

te blasfemas, te lloras, te veneras,

te conviertes en cientos de millones

que maldicen o rezan oraciones

y te cambias el rostro en cada suerte

y vuelves a la vida y a la muerte

con una vanidad empecinada

hecha de polvo, de ceniza y nada

y aguardas rosa de la mano amiga

y de la mano sin amor ortiga.

Pero sabes que todo está en tu sueño:

ortiga y rosa, soledad y leño.

Eres trágico así y eres culpable.

Si eterno, te defines deleznable.

Si santo, buscas torpes tentaciones.

Si valiente, te ensucias con pasiones.

Eres trágico así y eres absurdo

cuando te vistes con el gesto burdo

y abismas en fracaso abominable

el bien, de cuya norma eres culpable

y cuando hieres con tus propias manos

tu propio corazón en tus hermanos

y descargas la furia de tus brazos

sobre el propio dolor de tus pedazos

y destruyes los sueños de ti mismo,

lanzando lo que es tuyo hacia el abismo.

¿Cómo puedes herir a la criatura

que es una imitación de tu figura?

¿Cómo puedes gozar del cataclismo

si está hecho todo en carne de ti mismo?

¿Si el cielo, la perdiz y la cabaña

salieron desde el fondo de tu entraña?

¿Si la bestia que pace y los pastores

tienen tu amor y tienen tus dolores?

Hombre que todo lo soñaste un día,

no puedes solazarte en la agonía.

Y no puedes mentir que son mil vidas

ajenas a tus manos atrevidas.

Eres uno, el primero, el que hizo todo.

Blanca la nieve blanca y negro el lodo.

El que duerme en las hondas sepulturas

y despierta después en las criaturas.

El creador de sí mismo, el propio dueño.

El responsable de su enorme sueño.

Deja tu vanidad empecinada

hecha de polvo, de ceniza y nada,

y vuelve a ser el ángel legendario

que hizo la cruz y que labró el rosario.

No puedes ver morir con sorda calma

las cosas que pariste con el alma.

Nada menos que tú, que eres poeta

y fuiste tu factor y tu profeta.

Nada menos que tú, que de tan noble

trajiste hasta tu casa el pez y el roble.

Y que hiciste infinita la medida

para encoger tu imagen y tu vida.

Y que al solo fervor de tu mirada

dibujaste los cosmos en la nada.

Y que al solo temor de hacerte malo

nombraste un juez y le entregaste el palo.

¡Cómo puedes fraguar maldad y muerte

si hiciste a Dios para no ser tan fuerte...!

 

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