Contradicciones para compartir


 

Durante las Jornadas de Homenaje a Pichón-Riviére, en octubre de 1988, participé de un taller para varones que Guillermo y David llamaron "El hombre en el siglo XXI"

A lo largo de un par de horas un grupo heterogéneo en edades y experiencias laborales, realizábamos distintas actividades, que nos dieron la posibilidad de compartir sólo entre hombres: necesidades, temores, escenas que nos marcaron en algún momento.

La característica del taller me produjo, en ese momento, curiosidad, ya que estamos acostumbrados a oír hablar de grupos de mujeres para tratar el cambio de rol a que aspiran en la sociedad, en la familia, en el trabajo. Participé sin saber previamente, de que se trataba y la idea con que me fui, fue la de haberme dado cuenta de que uno vive problemáticas que le llegan afectivamente y que rara vez comparte, con otros hombres (quizá, si, con algún amigo). El habernos formado en un modelo donde la expresión de los sentimientos, los miedos, las emociones, eran considerados signos de debilidad, hace que estos temas casi nunca aparezcan en una conversación entre hombres.

El taller fue una experiencia breve, quizá una apertura a la posibilidad de trabajar entre pares:

- Nuestra disconformidad con el modelo heredado de nuestro padre, definido por una actividad volcada hacia afuera de la casa, endurecido en el trabajo, con escasa expresión de los efectos.

- Los conflictos que nos produce sentir la necesidad de realizar cambios en nosotros, en medio de una sociedad más competitiva, más violenta, más injusta, que nos exige mayor dureza y refuerza nuestros mecanismos de combate diario; pero donde a pesar de todo deseamos abrirnos a los efectos, permitimos gozar con la ternura de y hacia los que queremos, vivir intensamente la relación con nuestros hijos, encontrar una nueva forma de relación con nuestra pareja y con las mujeres en general.

Desde ellas nos llega también un fuerte cuestionamiento, parte de lo que reclaman nos parece justo y aun necesario para nosotros. Una mujer más independiente, con una práctica social (laboral, política, etcétera), más intensa, desplegando su sexualidad nos atrae. Pero porque no compartir con otros hombres las contradicciones que esto nos produce, los temores, las broncas.

Reflexiones que se mezclan con otras vivencias. Así, de pronto aparece una escena de un hijo que evoca aspectos dolorosos de la relación con su padre ¿Quién de nosotros no trae heridas, frustraciones, reconocimientos con el viejo? ¿Qué seguimos repitiendo a pesar nuestro? ¿Qué hemos conseguido cambiar con el deseo de construir un tipo de padre diferente? ¿Qué no queremos perder como imagen de hombre?

Creo que hay mucho para compartir en un grupo entre varones, que puede ser facilitador para encontrarle la vuelta a lo que queremos ser. Además, el ir adquiriendo libertad para mostrar los sentimientos puede ser, en uno mismo, un aprendizaje transformador.

La experiencia que realizamos en el taller de Guillermo y David fue una apertura, la muestra de un cambio posible.

 

Gerardo, Octubre 1988

 

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